martes, 15 de mayo de 2007

Hasta aqui por hoy

Por el momento los dejare con estos escritos, espero y les gusten, dejen sus comentarios, no se preocupen si sus comentarios no se ven en mi blog, hice mas personal esto asi que sus comentarios me llegaran al correo electronico directamente, tal vez despues me ponga a escribir algo sobre mis dias, algo asi como un diario real mio, pero porle momento tendran que conformarse con esto, algunos escritos no son mios.

ATTE.
Laurentss

EL LOCO.

¿No habéis oído hablar de ese loco que encendió un farol en pleno día y corrió al mercado gritando sin cesar: “¡Busco a Dios!, ¡Busco a Dios!”. Como precisamente estaban allí reunidos muchos que no creían en dios, sus gritos provocaron enormes risotadas. ¿Es que se te ha perdido?, decía uno. ¿Se ha perdido como un niño pequeño?, decía otro. ¿O se ha escondido? ¿Tiene miedo de nosotros? ¿Se habrá embarcado? ¿Habrá emigrado? - así gritaban y reían alborozadamente. El loco saltó en medio de ellos y los traspasó con su mirada. “¿Qué a dónde se ha ido Dios? -exclamó-, os lo voy a decir. Lo hemos matado: ¡vosotros y yo! Todos somos su asesino. Pero ¿cómo hemos podido hacerlo? ¿Cómo hemos podido bebernos el mar? ¿Quién nos prestó la esponja para borrar el horizonte? ¿Qué hicimos cuando desencadenamos la tierra de su sol? ¿Hacia dónde caminará ahora? ¿Hacia dónde iremos nosotros? ¿Lejos de todos los soles? ¿No nos caemos continuamente? ¿Hacia delante, hacia atrás, hacia los lados, hacia todas partes? ¿Acaso hay todavía un arriba y un abajo? ¿No erramos como a través de una nada infinita? ¿No nos roza el soplo del espacio vació? ¿No hace más frío? ¿No viene de continuo la noche y cada vez más noche? ¿No tenemos que encender faroles a mediodía? ¿No oímos todavía el ruido de los sepultureros que entierran a Dios? ¿No nos llega todavía ningún olor de la putrefacción divina? ¡También los dioses se pudren! ¡Dios ha muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado! ¿Cómo podremos consolarnos, asesinos entre los asesinos? Lo más sagrado y poderoso que poseía hasta ahora el mundo se ha desangrado bajo nuestros cuchillos. ¿Quién nos lavará esa sangre? ¿Con qué agua podremos purificarnos? ¿Qué ritos expiatorios, qué juegos sagrados tendremos que inventar? ¿No es la grandeza de este acto demasiado grande para nosotros? ¿No tendremos que volvernos nosotros mismos dioses para parecer dignos de ella? Nunca hubo un acto tan grande y quien nazca después de nosotros formará parte, por amor de ese acto, de una historia más elevada que todas las historias que hubo nunca hasta ahora” Aquí, el loco se calló y volvió a mirar a su auditorio: también ellos callaban y lo miraban perplejos. Finalmente, arrojó su farol al suelo, de tal modo que se rompió en pedazos y se apagó. “Vengo demasiado pronto -dijo entonces-, todavía no ha llegado mi tiempo. Este enorme suceso todavía está en camino y no ha llegado hasta los oídos de los hombres. El rayo y el trueno necesitan tiempo, la luz de los astros necesita tiempo, los actos necesitan tiempo, incluso después de realizados, a fin de ser vistos y oídos. Este acto está todavía más lejos de ellos que las más lejanas estrellas y, sin embargo son ellos los que lo han cometido.” Todavía se cuenta que el loco entró aquel mismo día en varias iglesias y entonó en ellas su Requiem aeternan deo. Una vez conducido al exterior e interpelado contestó siempre esta única frase: “¿Pues, qué son ahora ya estas iglesias, más que las tumbas y panteones de Dios?”.



Anonimo

ULTIMO SUSPIRO

Vuelvo a cantar sobre amores perdidos
Vuelvo a pisar sobre la roca cruda
Vuelvo a llorar con antiguo delirio
Vuelvo a reír con infernal locura

Cuan inefable es el cruel destino
Que nos separa y une a su antojo
Con que frialdad muestra su desatino
Y alarga la distancia entre nuestros ojos

Violenta es la Moira que guía mis días
Funesta es su ira y su espada inclemente
Haciendo del éxtasis terrible agonía
Dejando mi alma librada al torrente

¿quién fuera a cambiar lo que ya es inminente?
Mi espíritu añora el conjuro del tiempo
¿quién tiene el coraje de aceptar la muerte?
Si solo el silencio es regente en el cielo.

El alma...

Y separó el Dios de los dioses un alma de sí mismo y la hizo bella.
Y le dio una copa de alegría y le dijo: "No beberás de esta copa sino cuando hayas olvidado el pasado y te hayas desinteresado del futuro".
y le entregó una copa de tristeza, y le dijo: "Beberás de esta copa para que puedas apreciar la dicha de la vida".
Y puso en ella el amor que la abandona ante el primer suspiro de conformidad, y una dulzura que desaparece ante la primera palabra de orgullo.
Y del cielo hizo bajar sobre ella el conocimiento para que la oriente hacia el camino de la verdad.
Y en sus profundidades puso una visión capaz de ver lo invisible.
Y creó en ella sentimientos que fluyen con las imágenes de la imaginación, y que corren con los fantasmas.
Y la vistió con un traje que los ángeles tejieron de las ondulaciones del arco iris.
y luego puso en ella la oscuridad de la duda, que es la sombra de la luz.
Y tomó un fuego del volcán de la ira, y vientos del desierto de la ignorancia, y arenas de las riberas del mar del egoísmo, y tierra hollada por los pies de los siglos, y amasó el hombre.
Y le dio una fuerza ciega que explota en la locura y se calma ante los deseos.
Y le dio la vida que es la sombra de la muerte.
Y el Dios de los Dioses sonrió entonces y lloró, y sintió un amor sin fin ni limites, e hizo la unión del hombre con su alma.

Fantasma de Luna Llena

Lleva miles de años así…
Cada luna llena el aparece portando esa mascara completamente blanca y sus ropas antiguas y desgastadas, piel pálida como mármol, cuerpo pequeño como el de un niño. Camina sobre el lago, lo cruza hasta cierto punto donde se pone de rodillas y comienza a llorar desesperadamente. “¡Lo siento!” grita una y otra vez con un llanto que desgarra el alma y un pesar tan nostálgico que casi provoca ternura…
.
Así como todos en este mundo también tengo una historia…
Fue en un reino antiguo, cuando las espadas regían el mundo y los castillos se erguían como símbolo de poderío y fuerza. Nuestro rey, un gran hombre. Defendía el pueblo de cuanta invasión se le presentaba, tantas luchas y tantas victorias que era considerado descendiente del propio Fergus. Fue en una campaña por las elevadas tierras de mi patria; cuando algunos ingleses decidieron invadir nuestro reino que una vez más aquel hombre partió a la guerra.

Como siempre una gran batalla seguida de una honorable victoria. Aunque en esta ocasión su rostro quedo demacrado… quemado; nadie sabe como paso ni por que. Solo se encontró a nuestro rey tirado a medio campo de batalla cubriéndose el rostro como si esto aliviara su dolor.

La locura pronto toco las puertas del reino y nuestro rey acomplejado por su rostro retiraba cada espejo a su paso y asesinaba a quienes se quedaran observándolo por más de un par de minutos. Tantas muertes hubo y rumores corridos que al fin cuando la cordura le abandonó por completo decidió usar una mascara… como si fuese de muñeco, una mascara de porcelana que cubría su rostro y no daba cabida a imperfecciones. El decreto recorrió todo el reino; todos los habitantes debíamos usar una mascara similar. Quedo estrictamente prohibido quitarse la mascara ante cualquier circunstancia.

El reino era un desfile de muñecos andantes gente sin alma cuya identidad había sido robada, arrancada. Como todos ellos yo, quien usaba una mascara blanca, de labios rosados y con unas casi imperceptibles mejillas rosadas.

Durante algunos años así fue, la mascara era mi compañera y casi mi amiga, todos en el reino ahora estaban acostumbrados a las tétricas identidades impuestas por nuestro rey.

En una ocasión se me dio conocer a un par de niños, ambos de mi edad quienes Vivian del otro lado de la iglesia. La amistad surgió como si fuese una semilla de trigo en los calidos días de verano. Nos divertíamos, platicábamos, jugábamos, cantábamos y bailábamos siempre con nuestras respectivas mascaras… parecíamos hermanos decían todos los del pueblo.

Una de todas estas noches cuando yo rozaba mis 12 años decidimos que ya teníamos una edad suficiente, que no necesitábamos a nuestros padres para hacer ciertas cosas por lo que salíamos sin avisar o pedir permiso así como robamos en repetidas ocasiones y demás actos que aunque eran impropios eran simples travesuras de chiquillos. Pronto entre todas estas actividades nos preguntamos un día como lucia nuestro rostro; como era nuestra nariz o el color de nuestra piel… durante semanas estas ideas rondaron nuestras mentes distrayéndonos de todas nuestras actividades.
La respuesta no estaba lejos… bastaba con quitarnos las mascaras para saber quienes éramos. Pero no era tan sencillo pues los alguaciles asesinaban a cualquiera que vieran sin mascara… por lo que decidimos hacerlo una noche en el lago que quedaba en las afueras de nuestra ciudad. A la luz de la luna llena nos quitaríamos nuestras mascaras y averiguaríamos quienes éramos.

Por fin llego la esperada noche… tome mis ropas que aunque estaban desgastadas me parecían sumamente cómodas y abrigadoras y partí camino hacia el lago. Allí encontré a mis 2 compañeros de toda la vida, quienes no me abandonaban ante ninguna circunstancia ni me dejaban solo cuando les necesitaba.

Tras unas horas de charla y bromas decidimos que era el momento… inclusive nos pusimos a imaginarnos como era nuestro rostro…

Yo fui el primero que se la quitó; tenía una cara blanca con algunas arrugas, imagino que por la falta de sol… mi nariz era respingada y mis ojos ligeramente saltones, los pómulos de mi rostro no sobresalían, mi piel era blanca y pálida con unas pecas casi imperceptibles, un par de labios finos y rosados complementaban mi verdadera persona.

El segundo y el tercero hicieron lo mismo presentando rostros similares uno con la nariz mas grande y el otro con una cara mas delgada casi tétrica.

La emoción se hizo incontenible, jugábamos y brincábamos a la orilla del lago. Hasta que entre ellos se empezaron a empujar cayendo ambos al lago…
Pues ya estando ambos en el agua decidieron nadar durante un rato a lo que yo decidí observarlos desde la orilla pues nunca aprendí…

Algunos minutos intentando animarme, prometiendo que ellos me enseñarían y que nada malo pasaría, al notar que yo no me disponía a entrar ambos salieron y se colocaron tras de mi. Después de algunos instantes de forcejeo que parecieron eternos… aun recuerdo los alaridos y la manera en que mis esfuerzos resultaban inútiles, el fango en mis pies así como el momento en que la gravedad comenzó a jalarme, el agua fría que comenzó a inundar mi cuerpo como un gélido espíritu acompañado de un pánico incontrolable.

Tras un par de segundos ya me hallaba sumergido y cuando se dispusieron a jalarme a la superficie noté que una cuerda o un alga… algo en el fondo del lago se había enredado con mi pierna durante el forcejeo. Estaba a solo unas palmas de la superficie; tan cerca pero tan lejos…

Pronto el pánico se hizo general. Comencé a moverme desesperadamente como si con eso pudiera desenredarme, aun tenia mi mascara en la mano y la desesperante impotencia en la otra. Mi fuerza comenzó a agotarse y mi vista se nublo por completo. Sentí como el agua penetraba por mis oídos así como mi nariz hasta mis pulmones. Una última bocanada de aire surgió de mi boca indicándome que era el final.

Pronto dejé de sentir aquellos brazos que me sujetaban tan firmemente y durante mis últimos instantes de vida escuche como salían del lago y me abandonaban a mi suerte.

Aun sigo arrepentido por haberme quitado la mascara aquel da, por haberlo planeado
Aun sigo presentándome a ese sitio cada noche de luna llena…
Cada noche busco a aquellos que me abandonaron. Porto mi mascara y mis ropas desgastadas. Cruzo el lago, la sensación de arrepentimiento me acompaña durante todo el trayecto. Aumenta conforme intento cruzar ese lago, se hace cada vez más insoportable. Finalmente hasta el lugar donde caí, no lo soporto y permito que el llanto se apodere amargamente de mí. Ya es tarde para; ahora estoy muerto a pesar de conocer mi destino sigo esperando, quien me rescate, quien salve mi alma de este castigo eterno.
Por desgracia no será así, por siempre apareceré tras un grito de desesperación que retumba en el cercano bosque, creando una presencia tal que me provoca terror aun sabiendo que es mi reflejo en el agua…

Una carta en la oscuridad.

Ahora sentado enfrente de un destino incierto y una vela casi derretida, que sólo muestra una luz que se carcome más y más por causa del tiempo y se mueve de lado y lado sin rendirse en contra del viento, te escribo, con letras que se congelarán en el espacio, imposibles de leer, hasta que te vuelva a ver... Mis lagrimas no dejan de caer sobre esta hoja blanca; la que quise fuera hermosa y no tuviera defecto alguno, ninguna es igual a ella, aunque se parece a todas, la pluma que habla sobre este papel, parece no tener fuerzas, su tinta tristemente pinta, ha de ser mi desesperación y desánimo por ya no verte, que al tocar algo lo vuelvo triste y vulnerable. Todavía mi cabeza trae como un recuerdo ahogado en un oscuro mar; los gritos silenciosos con los que te despedí aquella noche, y las preguntas que de mí salían; “¿Por qué te vas con el?”... Pero lo encontraré para volver a estar contigo... Esta noche no hay estrellas, imaginé que podía verte en una de ellas, pero no, no estás allí y la luna cubierta por una nube, no deja ver sus rayos melancólicos que desplegándolos por la tierra nos ayudan a que nuestros ojos se alerten a estas altas horas, y la vela que tengo enfrente sigue derrumbándose sobre sí, se está acabando mucho más rápido, es así, mientras; sepamos que nos vamos, más veloces queremos ser, por eso te fuiste antes de que lo supieras... El viento ya no la sopla, se compadeció de verla tan frágil, ojalá fueras viento y te compadecieras de mi sufrimiento... Yo creo que no era tiempo de tu ida, sin embargo la acepto, espero que seas feliz en donde estés con esa otra persona que te llevó a sus brazos.

En mi hay un sufrimiento sembrado, el que se ha comido mi larga cabellera negra y como magia la ha convertido en blanca, los ojos pequeños que un día viste, se han marchitado como las rosas que un ayer me regalaste y guardé con emoción cerca de esa cajita de música, la que cuando se abría una suave y fresca melodía dedicaba y un jardín de flores alegraba, el cual está hoy seco de unos cuantos sentimientos juntos... No espero que vuelvas, sí así no lo quieres; pero yo sí iré por ti y de él te arrebataré sin compasión como me lo hicieron a mí; despierto en las mañanas y hallo tu aroma cuando corro a verte, sólo es el mar atraído por la brisa que me devuelve tu olor.

Hay días en que mi mente vaga y mirando el vacío de esta casa vieja, recorro de nuevo tu cuello blanco, miro tus bellos ojos y beso tu tierna mano; tu cabello negro comenta con mis dedos sentimientos de amor, y creyendo cada vez más que estas allí abro mis párpados a la realidad, en donde te has ido. Nunca fingí amarte eso sí nunca te quise, querer es pasajero, amar es eterno... Mis abrazos siempre fueron sinceros y mis sonrisas te dijeron; “¡Te amo!” Y a pesar de todo el amor que yo te profesaba a ti no te bastaba y comencé a darme cuenta que tu ya no me amabas o solamente me quisiste y ese querer se acababa. Mis manos cuando se acercaban a ti, tu mirabas a otro lado... me dolía tu constante molestia e irritabilidad. Una mañana en la playa mientras miraba la lejanía y sentía la suave brisa que despide el mar un plan para componer esto, yo pensaba... esa noche quería demostrarte que mi cuerpo no había cambiado mucho después de los tres años de casados, pero con mi plan conseguiste dormirte más rápido y “¡fastidioso!” Me dijiste... me sentía ignorado y rechazado por quien más amaba, fui a la cocina y pasee un rato, luego volví al cuarto, te veías tan hermosa; fue tu boca la que me enamoró, no, fue tu cabello, fueron tus ojos; esas cosas decía mi cabeza, me acerqué mucho a ti, besé tu frente, tus ojos se abrieron te dije; “¡Te amo!”... tu respiraste hondo y respondiste suavemente a este; “¡Yo también!” Luego tocaste mis manos y las tuyas recorrieron despacio mi cabello, me sentía amado de nuevo... y te abracé; pero de la nada dejaste de respirar, tus ojos se abrieron al dolor, sólo un gemido lanzaste, el aire no respirabas, te habías entregado a la muerte goteando sangre de tu pecho; ...¿Qué es esto?

Al día siguiente mi libertad se esfumó, mis años en prisión fueron los peores de toda mi vida, las rejas se comieron mi juventud; pero sobreviví y he regresado a esta habitación, después de quince años, nada está como antes, y es que nadie dijo que lo estaría. Llevo horas tratando de hacer estas palabras, temía hacerlo, parezco un niño escribiendo sus garabatos, y la vela lleva mucho rato apagada, la luna me regaló un rayo tenue para terminar esta carta y con la oscuridad he escrito, creo que mi mente siente pena por mí, ella es mi única amiga, pues hasta lo soledad se ha marchado... El fin de todo esto; es pedirte perdón, nunca fue mi intención dudar de ti y ya sin fuerzas he terminado mi último cometido en este mundo, creo que no nos veremos sin que antes me perdones el haberte clavado aquel fino cuchillo en tu pecho... ¡amor perdóname por haberte asesinado!...

Diálogo entre un Sacerdote y Un Moribundo

Presentación:

El texto escrito por el Marqués de Sade bajo el título de Diálogo entre un Sacerdote y un Moribundo, y cuya traducción aquí ofrecemos, fue publicado en fecha tardía en su lengua original. En su forma manuscrita había hecho algunas incursiones por las salas de remates de París, en 1850, en 1851, y, posteriormente, en 1920. El cuaderno del que forma parte estaba compuesto de 48 páginas, pero en su aspecto actual consta únicamente de 46, pues las dos primeras han desaparecido. Comienza este cuaderno, en su tercera página, con el SUJET DE ZÉLONIDE, COMEDIE EN CINQ ACTES ET EN VERS LIBRES, el cual termina en la página 9. En la siguiente, a dos columnas, está escrita una SUITE DU TABLEAU DES EMPEREURS GRECS, y en la subsiguiente se encuentran pensamientos y notas históricas, los que terminan en la parte superior de la página 12. En la mitad de ésta comienza el Diálogo, que se continúa hasta el final de la página 24. La Nota ocupa las cinco primeras líneas de la página siguiente. Notas históricas, citas, críticas literarias y pensamientos filosóficos (“algunos muy notables”, nos dice Maurice Heine al describir el manuscrito), van desde esta página hasta la 47. La última lleva el título de PAGE DE BROUILLON y tiene la misma disposición de la décima página, es decir, está escrita a dos columnas. Al final de la página 47 se lee al margen: Terminado el 12 de julio de 1782. Esta importante indicación nos permite situar la redacción del manuscrito cuando Sade contaba 43 años y estaba encerrado desde hacía tres en Vincennes.

Este Diálogo fue publicado por primera vez, en 1926, por Maurice Heine (Stendhal et Compagnie, París), en 500 ejemplares numerados, respetando, dice Heine en su Introducción, “la graphie del original, salvo lapsus calami evidente”.

Es, pues,según esta edición, la traducción que ahora les ofrecemos.



El Sacerdote

Llegado el instante fatal en que el velo de la ilusión sólo se desgarra para dejar al hombre reducido al cuadro cruel de sus errores y sus vicios, ¿no te arrepientes, hijo mío, de los múltiples desordenes a los que te condujo la humana debilidad y fragilidad?

El Moribundo

Sí, amigo mío, me arrepiento.

El Sacerdote

Pues bien, aprovecha estos remordimientos felices para obtener del cielo, en este corto intervalo, la absolución general de tus faltas, y piensa que es por la mediación del santísimo sacramento de la penitencia que te será posible obtenerla del Eterno.

El Moribundo

No nos comprendemos.

El Sacerdote

¡Cómo!

El Moribundo

Te he dicho que me arrepentía.

El Sacerdote

Así lo oí.

El Moribundo

Sí, pero sin comprenderlo.

El Sacerdote

¿Qué interpretación?….

El Moribundo

Esta…. Creado por la naturaleza con inclinaciones ardorosas, con pasiones fortísimas, únicamente colocado en este mundo para entregarme a ellas y para satisfacerlas, y estos efectos de mi creación no siendo más que necesidades relativas a las primeras vistas de la naturaleza, o, si lo prefieres, sólo derivaciones esenciales de sus proyectos sobre mí, todos en razón de sus leyes, sólo me arrepiento de no haber reconocido bastante su omnipotencia, y mis únicos remordimientos sólo se refieren al mediocre uso que hice de las facultades (criminales según tú, según yo muy simples) que ella me había dado para servirla. La he resistido algunas veces, de eso me arrepiento. Cegado por tus sistemas absurdos, con ellos combatí toda la violencia de los deseos que había recibido de una inspiración más que divina, de eso me arrepiento. Coseché sólo flores cuando pude hacer una amplia cosecha de frutos… Estos son los justos motivos de mi pesar. Estímame en algo para no atribuirme otros.

El Sacerdote

¡A dónde te arrastran tus errores, a dónde te conducen tus sofismas! Prestas a la cosa creada todo el poder del creador. ¿No ves que esas desdichadas tendencias que te extravían no son más que efectos de la naturaleza corrompida, a la cual atribuyes toda la potencia?

El Moribundo

Amigo, me parece que tu dialéctica es tan falsa como tu espíritu. Quisiera que razonaras más exactamente o que me dejaras morir en paz. ¿Qué entiendes por creador, y qué entiendes por naturaleza corrompida?

El Sacerdote

El Creador es el dueño del universo, es él quien lo ha hecho todo, lo ha creado todo, y quien conserva todo por un simple efecto de su omnipotencia.

El Moribundo

Es un gran hombre, sin duda. Pues bien, dime por qué este hombre, que es tan poderoso, ha hecho sin embargo, según tú, una naturaleza corrompida.

El Sacerdote

¿Cuál hubiera sido el mérito de los hombres si Dios no les hubiere dejado su libre arbitrio, y qué mérito hubiesen tenido para disfrutarlo si no hubiera habido en la tierra la posibilidad de hacer el bien y la de evitar el mal?

El Moribundo

Así, pues, tu dios ha querido hacerlo todo oblicuamente sólo para tentar o probar a su criatura. ¿No la conocía pues, no sospechaba pues el resultado?

El Sacerdote

Sin duda que la conocía, pero una vez más quería dejarle el mérito de la elección.

El Moribundo

¿Para qué, desde el momento que sabía el partido que tomaría y sólo dependía de él, ya que le proclamas tan omnipotente, y sólo dependía de él, repito, el hacerla tomar el bueno?

El Sacerdote

¿Quién puede comprender los designios inmensos e infinitos de Dios con respecto al hombre, y quién puede comprender todo lo que vemos?

El Moribundo

Aquel que simplifica las cosas, amigo mío, sobre todo aquel que no multiplica las causas para mejor enredar los efectos. ¿Para qué necesitas una segunda dificultad cuando no puedes explicar la primera, y desde el momento en que es posible que la naturaleza, haya hecho por sí sola lo que le atribuyes a tu dios, por qué quieres buscarle un amo? La causa de que no comprendas es quizá lo más simple del mundo. Perfecciona tu física y comprenderás mejor la naturaleza, depura tu razón y entonces no tendrás necesidad de tu dios.

El Sacerdote

¡Desdichado! Sólo te creía sociniano, tenía armas para combatirte, pero veo claramente que eres ateo, y desde el momento en que tu corazón se niega a la inmensidad de las pruebas auténticas que recibimos cada día de la existencia del creador, no tengo nada más que decirte. No se le da luz a un ciego.

El Moribundo

Amigo mío, admite un hecho, de los dos, el más ciego es seguramente aquel que se pone una venda que el que se la arranca. Tú edificas, inventas, multiplicas, yo destruyo, simplifico. Tú agregas error sobre error, yo los combato. ¿Cuál de los dos es el ciego?

El Sacerdote

¿No crees, pues, en Dios?

El Moribundo

No. Y esto por una simple razón. Es perfectamente imposible creer en lo que no se comprende. Entre la comprensión y la fe deben existir conexiones inmediatas; la comprensión es el primer alimento de la fe; cuando la comprensión no actúa muere la fe, y ésos que en tal caso pretendieran tenerla, mienten. Te desafío a que creas en el dios que me predicas – ya que no sabrías demostrármelo, ya que no está en ti el definírmelo, y, por lo tanto, no lo comprendes – y desde el momento en que no lo comprendes no puedes suministrarme de él ningún argumento razonable, pues, en una palabra, todo lo que está por encima de los límites del espíritu humano es quimera o inutilidad. Si tu dios no puede ser más que una u otra cosa, en el primer caso sería un loco si creyera en él; un imbécil, en el segundo. Amigo mío, pruébame la inercia de la materia y te concederé el creador. Pruébame que la naturaleza no se basta a sí misma y te prometo suponerle un dueño. Hasta entonces, nada esperes de mí, sólo me rindo a la evidencia y sólo la recibo de mis sentidos; dónde ellos se detienen allí mi fe queda sin fuerzas. Creo en el sol porque lo veo, lo concibo como el centro de reunión de toda la materia inflamable de la naturaleza, su marcha periódica me complace sin asombrarme. Es una operación de física, acaso tan simple como la de la electricidad, pero que no nos está permitido comprender. ¿Qué necesidad tengo de ir más lejos? ¿Cuándo me hayas levantado los andamios de tu dios por encima de esto, qué habré avanzado? ¿No necesitaré hacer tanto esfuerzo para comprender al obrero como el gastado en definir la obra? Por consiguiente, no me has prestado ningún servicio con la edificación de tu quimera, has turbado mi espíritu sin iluminarlo, y debo odiarte en vez de agradecerte. Tu dios es una máquina que fabricaste para que sirva a tus pasiones, y la has hecho mover a tu capricho, pero desde el momento en que incomoda los míos permíteme que la haya derribado. En el instante en que mi alma débil tiene necesidad de calma y de filosofía no vengas a espantarla con tus sofismas, que la asustarían sin convencerla, que la irritarían sin hacerla mejor. Amigo mío, esta alma es lo que la naturaleza quiso que fuera, es decir, el resultado de los órganos que ha querido formarme en razón de sus designios y de sus necesidades; y como ella tiene una necesidad igual de vicio y de virtud, cuando quiso llevarme hacia el primero así lo ha hecho, cuando ha querido la segunda, me ha inspirado deseos por ella, y me ha entregado a ambos de igual modo. Busca sus leyes como única causa de nuestra inconsecuencia humana, y no busques a sus leyes más principios que su voluntad y su necesidad.

El Sacerdote

Así pues, todo es necesario en el mundo.

El Moribundo

Seguramente.

El Sacerdote

Pues, si todo es necesario, todo está, pues, regulado.

El Moribundo

¿Quién dice lo contrario?

El Sacerdote

¿Y quién pudo arreglarlo todo como está si no es una mano omnipotente y sabia?

El Moribundo

¿No es necesario que la pólvora se inflame cuando se le aplica el fuego?

El Sacerdote

Sí.

El Moribundo

¿Y qué sabiduría encuentras en eso?

El Sacerdote

Ninguna.

El Moribundo

Es posible, pues, que haya cosas necesarias sin sabiduría, y posible, por consiguiente, que todo derive de una causa primera, sin que haya razón ni sabiduría en esta primera causa.

El Sacerdote

¿A dónde quieres llegar?

El Moribundo

A probarte que todo puede ser lo que es y lo que no es, sin que ninguna causa sabia y razonable lo conduzca, y que efectos naturales deben tener causas naturales, sin que haya necesidad de suponerle otras antinaturales, como lo sería tu dios, ya que él mismo tendría necesidad de explicación sin suministrar ninguna. Y, por consiguiente, desde que tu dios no es bueno para nada, es perfectamente inútil; y como hay gran probabilidad de que todo lo inútil es nulo y de que todo lo nulo es la nada, así pues, para convencerme de que tu dios es una quimera no tengo necesidad de otro razonamiento fuera del que me suministra la certeza de su inutilidad.

El Sacerdote

Sobre este pie me parece innecesario hablarte de religión.

El Moribundo

¿Por qué no? Nada me divierte tanto como la prueba del exceso de fanatismo y de la imbecilidad humana sobre este punto. Son extravíos tan prodigiosos que el cuadro, aunque horrible, a mi juicio es siempre interesante. Responde con franqueza, y, sobre todo, destierra el egoísmo. Si fuera tan débil que me dejara sorprender por tus ridículos sistemas de la existencia del ser que hace necesaria la religión, ¿bajo cuál forma me aconsejarías que le rindiera culto? ¿Quisieras que adoptara los desvaríos de Confucio mas bien que los absurdos Brahama? ¿Qué adorara a la gran serpiente de los negros, al astro de los peruanos o al dios de los ejércitos de Moisés? ¿A cual de las sectas de Mahoma quisieras que me rindiese? ¿Qué herejía de los cristianos es, a tu juicio, preferible? Cuidado con tu respuesta.

El Sacerdote

¿Puede ser dudosa?

El Moribundo

Dila, pues, egoísta.

El Sacerdote

No, sería amarte tanto como a mí si te aconsejara lo que yo creo.

El Moribundo

Y es querernos muy poco el escuchar semejantes errores.

El Sacerdote

¿A quien pueden cegar los milagros de nuestro divino redentor?

El Moribundo

A quien no vea en él sino al más ordinario de todos los bribones y al más vulgar de todos los impostores.

El Sacerdote

¡Dios, le escucháis sin descargar vuestra ira!

El Moribundo

No, amigo mío, todo está en paz porque tu dios, sea por impotencia, sea por razón, o, en fin, por lo que tú quieras, en un ser al que admito por un momento sólo por condescendencia a ti, o, si lo prefieres, para prestarme a tus pequeños designios, porque ese dios, repito, si existiera como tienes la locura de creerlo, no puede, para convencernos, haber tomado los medios tan ridículos como los que tu Jesús supone.

El Sacerdote

¡Cómo, las profecías, los milagros, los mártires, no son pruebas!

El Moribundo

¿Cómo quieres, en buena lógica, que pueda recibir como prueba aquello que necesita probarse? Para que la profecía sea una prueba sería necesario, primeramente, que yo tuviera la certidumbre completa de que ha sido hecha; pues, al consignársela en la historia sólo tiene para mi la fuerza de los otros hechos históricos, dudosos en sus tres cuartas partes; y si a esto agrego la apariencia más que verdadera de que me han sido transmitidos por historiadores interesados, estaría, como lo ves, más que en mi derecho para dudar de ellos. ¿Quién me asegura, por otra parte, que esa profecía no ha sido hecha con posterioridad, que no ha sido el efecto de la combinación de la más simple política como la de concebir un reino feliz bajo un rey justo, o la de la helada en invierno? Y si esto es así, ¿cómo quieres que la profecía, al tener tanta necesidad de ser probada, pueda convertirse en prueba? Con respecto a tus milagros, ellos tampoco se me imponen. Todos los bribones los han hecho, y todos los tontos los han creído. Para persuadirme de la verdad de un milagro tendría necesidad de estar muy seguro de que el acontecimiento que tú llamas de esa manera fuera absolutamente contrario a las leyes de la naturaleza, pues sólo lo que está fuera de ella puede pasar por milagro. ¿Y quién la conoce bastante para atreverse a afirmar cuál es precisamente el punto en que se detiene y cuál es el que infringe? Bastan dos cosas para acreditar un pretendido milagro, un titiritero y unas mujerzuelas. Vamos, no busques jamás un origen distinto para los tuyos. Todos los nuevos sectarios los han hecho, y, lo que es más singular, todos encontraron imbéciles para creerles. Tu Jesús no ha hecho algo más singular que Apolonio de Tiana, y, sin embargo, nadie ha pensado en tomar a éste por un dios. En cuanto a tus mártires, éste es el más débil de tus argumentos, sólo falta él entusiasmo y la resistencia para hacer mártires, y mientras la causa opuesta me ofrezca tantos como la tuya, jamás estaré lo suficientemente autorizado para creer a la una mejor que la otra, sino muy inducido, en cambio, a suponer despreciables a ambas. ¡Amigo mío! Si fuera verdad que existe el dios que predicas, ¿tendría necesidad de milagro, mártir o profecía para establecer su imperio? Y si, como dices, el corazón humano fuera su obra, ¿no sería ése el santuario que hubiera elegido para su ley? Esta ley igual, pues emanaría de un dios justo, se encontraría de manera irresistible grabada igualmente en el corazón de todos, y, de un extremo al otro del universo, todos los hombres, al ser semejantes por ese órgano delicado, igualmente serían semejantes por el homenaje que rendirían al dio5 que le hubiera dado este corazón, no tendrían más que una manera de amarlo, más que una manera de adorarlo y servirlo y tan imposible les sería desconocer ese dios como resistir a la inclinación secreta de su culto. ¿En vez de eso, no veo en el universo tantos dioses como países; tantas maneras de servir a esos dioses como diferentes cabezas o diferentes imaginaciones hay? Esta multiplicidad de opiniones, en la cual físicamente me es imposible elegir, ¿sería, a tu juicio, la obra de un dios justo?. Vamos, predicante, ultrajas a tu dios al presentármelo de esta manera. Déjame negarlo completamente, pues si existiera, entonces le ultrajaría menos mi incredulidad que tus blasfemias. Vuelve a la razón, predicante, tu Jesús no vale más que Mahoma, Mahoma, menos que Moisés, y estos tres, menos que Confucio, quien, sin embargo, dictó algunos buenos principios mientras que los otros tres disparataban. Pero, en general, todos éstos no son más que impostores, de los cuales el filósofo se ha burlado, y a los cuáles la canalla ha creído, y a los cuales la justicia hubiera debido ahorcar.

El Sacerdote

¡Ay de mí, sólo lo hizo con uno!


EI Moribundo

Era el que más lo merecía. Sedicioso, turbulento, calumniador, bribón, libertino, grosero,farsante y malvado peligroso, poseía el arte de engañar al pueblo y mereció, por lo tanto, el castigo de un reino en el estado en que se encontraba entonces el de Jerusalem. Fueron muy prudentes al deshacerse de él, y es quizás el sólo caso en que mis máximas, extremadamente dulces y tolerantes por lo demás, admiten la severidad de Temis. Excuso todos los errores, salvo aquellos que pueden ser peligrosos para el gobierno en que se vive. Los reyes y sus majestades son las únicas cosas que se me imponen, las únicas que respeto, pues quien no ama a su país y a su rey, no Es digno de vivir.

El Sacerdote

Pero, en fin, admitirás algo después de esta vida, es imposible que tu espíritu no se haya complacido, algunas veces, en atravesar la espesura tenebrosa de la suerte que nos espera. ¿Qué sistema puede ser más satisfactorio que el de una multitud de penas para quien vivió mal y el de una eternidad de recompensas para quien vivió bien?

El Moribundo

¿Cuál, amigo mío? El sistema de la nada nunca me ha espantado: es consolador y simple. Todos los otros son obra del orgullo, sólo éste lo es de la razón. Por lo demás, no es ni espantosa ni absoluta esa nada. ¿No tengo ante mi vista el ejemplo de las generaciones y regeneraciones de la naturaleza? Nada perece, amigo mío, nada se destruye en el mundo. Hombre hoy, gusano mañana, pasado mañana mosca, ¿no es siempre existir? ¿Y por qué quieres que me recompensen por virtudes cuyo mérito no tengo, o me castiguen por crímenes cuyo dueño no he sido? ¿Puedes conciliar la bondad de tu pretendido dios con este sistema, y puede él haber querido crearme para darse el placer de castigarme, y esto sólo a consecuencia de una elección de la que no he sido dueño?

El Sacerdote

Lo eres.

El Moribundo

Sí, según tus prejuicios. Pero la razón los destruye. Y el sistema de la libertad humana sólo fue inventado para fabricar el de la gracia que llegó a ser tan favorable a tus desvaríos. ¿Qué hombre en el mundo, si viera el patíbulo junto al crimen, lo cometería si fuera libre de no cometerlo? Una fuerza irresistible nos arrastra, y ni por un instante somos dueños de determinarnos por nada que no esté del lado hacia el cual nos inclinamos. No hay una sola virtud que no sea necesaria a la naturaleza; y, reversiblemente, ni un solo crimen del que no tenga necesidad, y toda su ciencia consiste en el perfecto equilibrio en que mantiene a ambos. ¿Podemos ser culpables del lado hacia el que nos arroje? Tanto como la avispa que clava su aguijón en tu piel.

El Sacerdote

Así, pues, ¿los crímenes más grandes no deben inspirarnos ningún espanto?

El Moribundo

No he dicho eso. Basta que la ley lo condene y que la cuchilla de la justicia lo castigue para que nos inspire la aversión o el terror, pero desde que desdichadamente se haya cometido, hay que saber tomar su partido y no entregarse a estériles remordimientos. Su efecto es vano, pues no pudo preservarnos de él; nulo, pues no lo repara. Es absurdo, pues, entregarse a los remordimientos, y más absurdo aun temer el castigo en el otro mundo si somos bastante dichosos de haber escapado al castigo de éste. Dios no quiera que vaya con esto a estimular el crimen, hay que evitarlo tanto como se pueda, pero es por la razón que es necesario huirle, y no por falsos temores que no consiguen nada, y cuyo efecto se destruye tan rápido en una alma firme. La razón ­amigo mío- , sólo la razón debe advertirnos que perjudicar a nuestros semejantes no puede jamás hacernos felices, y nuestro corazón, que contribuir a su felicidad es la mas grande que la naturaleza nos haya acordado en la tierra. Toda moral humana Se encierra en esta sola frase: hacer a los demás tan felices como uno mismo desea serlo, y no causarles nunca. un mal que no quisiéramos recibir. Estos son, amigo mío, estos son los únicos principios que debemos seguir y no hay necesidad de religión ni de dios para apreciados y admitirlos: Sólo se necesita un buen corazón. Pero siento que me debilito, predicante, abandona tus prejuicios sé hombre, sé humano, sin temor y sin esperanza, abandona tus dioses y tus religiones. Todo esto sólo es bueno para poner cadenas en las manos de los hombres, y el solo nombre de todos estos horrores ha hecho verter más sangre en la tierra que todas las otras guerras y plagas juntas. Renuncia a la idea del otro mundo, no lo hay, pero no renuncies al placer de ser feliz y de hacer la felicidad en éste. Esta es la única manera que te ofrece la naturaleza rara duplicar o extender tu existencia. Amigo mío, la voluptuosidad siempre fue el más querido de mis bienes, le he ofrecido incienso toda mi vida, y quiero terminarla en sus brazos. Mi fin se aproxima. Seis mujeres más bellas que el día están en el cuarto vecino, las reservaba para este momento. Toma de ellas tu parte, trata de olvidar en su seno, a ejemplo mío, todos los vanos sofismas de la superstición y todo los imbéciles errores de la hipocresía.

NOTA

El moribundo llamó, las mujeres entraron y el predicante se convirtió en sus brazos en un hombre corrompido por la naturaleza, por no haber sabido explicar lo que era la naturaleza corrompida


Marques de sade

lunes, 14 de mayo de 2007

Un Obispo en el Atolladero

Resulta bastante curiosa la idea que algunas personas piadosas tienen de los juramentos. Creen que ciertas letras del alfabeto, ordenadas de una forma o de otra, pueden, en uno de esos sentidos, lo mismo agradar infinitamente al Eterno como, dispuestas en otro, ultrajarle de la forma más horrible, y sin lugar a dudas ese es uno de los más arraigados prejuicios que ofuscan a la gente devota.
A la categoría de las personas escrupulosas en lo que respecta a las "b" y a las "f" pertenecía un anciano obispo de Mirepoix que a comienzos de este siglo pasaba por ser un santo; cuando un día iba a ver al obispo de Pamiers su carroza se atascó en los horribles caminos que separan esas dos ciudades: por más que lo intentaron los caballos no podían hacer más.
-Monseñor- exclamó al fin el cochero a punto de estallar, -Mientras permanezcáis ahí mis caballos no podrán dar un paso.-
-¿Y por qué no?- contestó el obispo.
-Porque es absolutamente necesario que yo suelte un juramento y Vuestra Ilustrísimo se opone a ello; así, pues, haremos noche aquí si Ella no me lo permite.-
-Bueno, bueno- contesto el obispo, zalamero, santiguándose, -jurad, pues, hijo mío, pero lo menos posible.-

El cochero blasfema, los caballos arrancan, monseñor sube de nuevo... y llegan sin novedad.